Formas mutantes de la comunicación

A partir de la exploración de diversos lenguajes artísticos, la fotógrafa y el periodista y narrador muestran de otro modo el famoso crimen cometido por Jorge Burgos en febrero de 1955. El estreno es en la presentación de las becas del Laboratorio de Periodismo Performático.

Entre aquellos que declaran el fin del periodismo como modelo comunicacional y aquellos otros que esgrimen su rol imprescindible para las sociedades, hay un vocerío argumentativo que va desde el fervor desmedido hacia las nuevas tecnologías hasta ciertos espíritus capaces de hallar en lo efímero como las fake news (ya vendrán otras formas de engaño) los motivos para levantar una defensa con tufo conservador. La única discusión válida en tiempos de sobreinformación pasa por plantear nuevos modelos de narración periodística. No hay más secretos.

Sobre esa cuestión clave, sobre la necesidad de modificar perspectivas y establecer nuevas jerarquizaciones en la transmisión de los hechos, trabajan desde hace tiempo los integrantes de Anfibia, quienes crearon (en complicidad con centro cultural Casa Sofía) el denominado Laboratorio de Periodismo Performático (LPP), espacio para “pensar la comunicación como un artefacto mutante” donde se recurre a las reglas y libertades de las artes “para encontrar herramientas que le permitan” al periodismo “construir artefactos innovadores” en la elaboración de historias. Anfibia/UNSAM está cerrando alianzas con instituciones artísticas de México y Colombia para replicar estas nuevas experiencias en esos países a través de becas.

Mañana se presentará la primera edición de las becas de LPP con la puesta titulada “Con toda la muerte al aire”, una performance creada y dirigida por la fotógrafa María Eugenia Cerutti y el periodista y narrador Alejandro Marinelli. A partir de la exploración de diversos lenguajes artísticos, ambos proponen mostrar un nuevo modelo a través de las alternativas del famoso crimen cometido por Jorge Burgos en febrero de 1955. Alegando una infidelidad, mató y descuartizo a la joven Alcira Methyger, repartiendo los trozos del cuerpo de su pareja en diversos puntos de la Capital y el Conurbano.

“La propuesta es hacer interactuar a las distintas disciplinas para contar una historia –comenta Cerutti, ganadora del Premio de la FNPI por su trabajo “132.000 voltios. El caso Ezpeleta” y autora del libro fotográfico Kirchner–. Cada disciplina tiene su propio lenguaje y expresividades, formas y herramientas distintas, y la idea es poder a través del ensamble de ellas narrar, soltar el corsé y quebrar los límites que muchas veces supone el trabajo periodístico en los medios. Así, al hecho periodístico lo cruzamos con el trabajo fotográfico que ya venía haciendo con fotos policiales, históricas y actuales, provenientes del Museo de la Policía Federal, del Archivo General de la Nación y de Clarín, y fotos que hice de los escenarios en donde fueron apareciendo las partes del cuerpo de Alcira. Hay además un montaje audiovisual, la participación de dos performers, una sonidista, una voz en off, y hasta un fanzine con la historia del caso. Al proyecto lo construimos pensando en una lógica de rompecabezas, para ver cómo convivirían tan distintos y variados materiales. En esta multiplicidad de soportes, la historia del crimen ganó en posibilidades de ser contada”.

El caso Burgos (él de familia acomodada de Barracas y ella una joven de 27 años, salteña, que había llegado a la Capital para trabajar como empleada de servicio doméstico) dividió a la sociedad argentina entre quienes veían un crimen atroz y quienes consideraban a Burgos una víctima de un desengaño amoroso. De fondo, la violencia social y política: peronistas y antiperonistas, el posterior golpe de Estado y el bombardeo a Plaza de Mayo. Burgos fue condenado a 20 años de prisión por “homicidio simple” y luego se le redujo la pena a 14 años. Desde la cárcel escribió el libro Yo no maté a Alcira, que agotó dos ediciones. Al quedar en libertad, Burgos volvió a su casa de la avenida Montes de Oca (lugar del crimen), donde murió en 2006.

“Durante el trabajo –interviene Marinelli, periodista y autor de las novelas El hombre ordinario y El periodista (junto a Mariano Hamilton)– pudimos ver cómo cambiaba lo que en principio era la base de una investigación histórica clásica: ahora ese relato te salpica con las frases de aquella vieja investigación pero te entra por todos los sentidos. La propuesta para el espectador es acceder a otras ópticas: que se ponga en la cabeza del asesino y también en la de la víctima; y que recorra los discursos de la época y piense cuánto se parecen a los actuales. Todo muy vinculado a la experiencia, y creo que esa parte es algo que no se podría haber hecho en un trabajo para un medio tradicional”.

Cerutti agrega: “Durante el año de trabajo, nos pareció que había acciones que eran potentes para el relato y que se tenían que hacer con actores en vivo, y entonces lo performático se puso en juego. Teníamos un gran collage de materiales vinculados con el caso y había que encontrar la mejor manera de ponerlos en juego”.

Sobre la importancia de la nueva narrativa a partir de la exploración fotográfica, Cerutti señala: “Hay una parte interesante sobre la fotografía periodística que me gusta indagar y es la edición de imágenes de archivo, que tras ser seleccionadas y relacionadas entre ellas construyen un nuevo significado, una asociación distinta de sentido. Hoy me interesa trabajar más sobre las ambigüedades de las imágenes que fueron provocadas por un hecho periodístico. En este trabajo, las fotos se transformaron en el escenario que invita a sumergirse en la experiencia que estamos proponiendo”.

Entre los fundamentos del LPP que propone Anfibia, se sostiene que el periodismo performático –”interacción entre cronistas y artistas de variados campos para crear una performance”– trabaja “en la frontera entre el periodismo y el arte, entre el relato y la acción”. “Así como hay un teatro que intenta romper la cuarta pared, podemos pensar un periodismo que rompa la pantalla, que convierta a todo lo que lo rodea en soporte”, dicen, y afirman convencidos de que “la palabra dejó de estar en el centro y se volvió parte de una gramática nueva que la incluye”. Pero “las palabras ya no nos alcanzan” para transmitir todo el relato, aseguran.

“Me parece que la frase de que la palabra ya no tiene el poder es una linda provocación para discutir las nuevas formas que puede incorporar el periodismo”, sostiene Marinelli. “Si la palabra no tuviera poder no estaríamos haciendo esta nota, pero es real que ya no tiene el monopolio que tenía hasta hace poco. Por eso es interesante que haya trabajos periodísticos que hagan pausas y se encuentren con algunas expresiones del arte que le puedan ayudar a contar una historia en planos diferentes. Formatos diversos hacen miradas también distintas, algo que al periodismo siempre le hizo bien”.

Nota aparecida en Página12